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Con ojos que denuncian pesadumbre,
mira el postrado capitán, colgada
de vetusta pared, la fina espada
con que pueblos redujo a servidumbre.
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Ver le parece la musgosa cumbre
-de fresca sangre y lágrimas bañada-
donde su mano, del acero armada,
terror diera a enemiga muchedumbre.
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-Inútil esperar -trémulo exclama-,
y, cual serpiente a quien la furia encona,
se retuerce de súbito en el lecho;
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La Patria, envilecida; infiel mi dama,
mi acero inmóvil, rota mi corona...
¡Ah!, con la espada atravesadme el pecho.
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Del libro: Melodías del pasado.
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