Los Tamarindos de Taboga, por Eduardo
Maduro |
A Marcela de Vallarino, cariñosamente.
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Ya van muriendo irremisiblemente
los bellos tamarindos de Taboga:
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Ya el sol no envía a su floresta altiva
la magia de su luz embriagadora,
ni las brisas los besan castamente,
ni los pájaros cantan en sus copas;
y van muriendo de pesar inmenso
y ruedan sus miserias por las rocas.
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Ya sus frutos no halagan al turista
con sus pulpas calientes y sabrosas,
ni sus ramas arrullan a las gentes
con la suave delicia de sus notas.
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Cansados de sufrir, los tamarindos
semejan esas viejas pesarosas
que aguardan al momento de la muerte
que da la paz perenne y redentora.
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Una tarde llegaron los extraños
y midieron las tierras y las costas
y elevaron a lo alto sus murallas
y erigieron hoteles y rotondas.
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Se olvidaron entonces de Natura,
impusieron las líneas y las formas
y los pobres y viejos tamarindos
lloraron al arrullo de las olas.
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Ya van muriendo en actitud serena
los frescos tamarindos de la gloria.
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Viajero, si pasaras una tarde
por la Restinga, en la tranquila hora
en que duermen la vida y las estrellas
y todo se sepulta entre las sombras,
dedica sólo unos minutos breves
a pensar en las brisas y en las rosas
y a pedir a los cielos que revivan
los dulces tamarindos de Taboga!
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Isla de las Flores, en el verano de 1959.
Del libro:
Poemas Líricos de Eduardo L. Maduro Lindo
Homenaje póstumo a la memoria de Don
Eduardo L. Maduro Lindo (Q.E.P.D.) en el
Décimo Aniversario de su sensible deceso.
Su Viuda Carmen, sus
hijos, nietos y biznietos.
Panamá 8 de Julio de 1976
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