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Canción por un tigre apenas conocido,
por Jarl Ricardo Babot

Todo llanto se habrá oxidado.
Todo hueco hallará su ángel.
Todo mar su lápiz, su papel, su corcho

su rodilla.

Yo hallaré la tarde nombre
sin lágrimas. La hallaré
como quien halla, sin buscarlo, al tigre

que le robaron.

Entonces pensé en el tigre
y en la acrobacia del humo
que lo ocultaba.

Pensé en sus patas misteriosas
en los lechos que pisaron
en los años en donde se ocultó
por tanto tiempo.

Le propuse que me dejara seguirle
que por favor me llevara a los sitios

que debimos conocer unidos.

Mas el tigre me llevó a nuevos lugares
y nos maravillamos como niños
y como niños

juntos, nuevamente, crecimos.

El tigre es el paisaje eterno;
más que una tarde
o la montaña

Más que las piedras. Que las manos rotas
del silencio.
Más que el último reloj.
El tigre es la vida. La vida que corre
aun cuando lo impidan todas las cosas.

El tigre avanzó despacio.
Ni siquiera lanzó un gruñido
cuando los niños, detrás de él, le lanzaron las primeras piedras.

No tuvo prisa cuando le sobrevolaron
helicópteros y aviones. Siguió andando
despacio, sin mirar a nadie.

Sin embargo, levantó los ojos una sola vez
—un único instante—
para mirarme fijamente cuando me puse
delante de él. Luego, se hizo a un lado

siguió su camino
amándonos, tal vez, con su aparente animal indiferencia.

Animal volviendo
de un disparo inexistente.

Un compañero
una amiga

que pasan volando
por encima de mis orejas
caídas como hojas

en otoño.


Publicado en: Revista Lotería, Nos. 270-271, agosto-septiembre, 1978.


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