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UN ADIOS A RICARDO J. BERMUDEZ (1914-2000)
"Oh laurel de ceniza que al fin llegas"
RJB
Por Dr. Alfredo Figueroa Navarro
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Atrista registrar el fallecimiento de uno de los panameños necesarios del
moribundo siglo veinte. Representaba lo más granado y progresivo de su
estirpe, esa vieja cepa de escribanos coloniales que cuenta con más de
doscientos años de existencia en Panamá. Su letra era idéntica a la escritura
de los notarios Bermúdez del siglo XVIII. Pertenecía, por consiguiente, a la
gente añeja del istmo central. De allí emanaba su inverterado amor al suelo
de sus antepasados de la antigua y nueva ciudad marina. En el siglo
diecinueve, éstos fueron muy políticos y liberales a ultranza destacándose en
el engranaje del Estado Soberano. Tanto la veneración a la patria como el
empeño ciudadano de servirla y purificarla, a través de una acción
ennoblecedora y continua, se aunaban en el Arquitecto Ricardo Julio Bermúdez
Alemán. Por los cuatro costados le venía la inquietud civil. Desde niño le
interesó el cultivo de las bellas letras y del dibujo. Escogió la profesión
de arquitecto porque, según él, le permitiría afinar su sensibilidad.
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La pérdida temprana de su padre le afectó volviéndole ensimismado y le dotó de
fuerte sentido trágico a partir de la infancia. Supo reponerse y,
perfeccionados los estudios primarios y secundarios, en el Colegio de la
Salle, marchó a California en una de cuyas universidades - la de Southern
California - obtuvo el título de arquitecto. Tornó al Istmo a inicios de la
década del cuarenta y comenzó a renovar la Arquitectura de su país tanto como
funcionario del Ministerio de Obras Públicas como catedrático universitario,
escritor y poeta notabilísimo. Su trato con las musas marcó su adolescencia.
Pronto escribió sus introvertidos Poemas de ausencia (1937). Fue, desde el
principio, antifascista y antinazi como lo revela su Elegía a Adolfo Hitler
(1939), escrita seis años antes del suicidio del procaz dictador.
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Avecindado en Panamá, publica su original poemario Adán liberado (1944), especie de
autorretrato lírico. A la muerte dedica - Manrique ístmico - su tétrico
Laurel de ceniza (1952). Y a la ínsula de Taboga - la de Sinán - ensalza con
deleite en Cuan do la isla era doncella (1961), alegre cántico a la vida. A
raíz de las sangrientas jornadas de enero de 1964, suscribe su furioso Canto
heroico (1964). Y, hacia 1970, se lanza Con la llave en el suelo, henchida de
saudades proustianas. Una década más tarde circula la Poesía selecta de
Ricardo J. Ber múdez, fugazmente agotada.
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A diferencia de otros miembros de su generación, Bermúdez cultivó una poesía
de la inteligencia, hermética, oscura, barroca, onírica, críptica,
gongorina, surrealista, saturada de imágenes insólitas y metáforas
esplendentes. Recuerda mucho su estilo alambicado, estrambótico, la manera de
poetizar del cubano José Lezama Lima (1910-1976). Pertenece Bermúdez al
linaje de los poetas oscuros y a esa vertiente que se diera tanto en España
como en su Latinoamérica coetánea. Evidentemente, su forma de escribir - como
la de Lezama - no coadyuvó a popularizarle, pues raros son sus poemas que se
declamen multitudinariamente, como acaece con "Patria", de Ricardo Miró o
"Incidente de cumbia", de Demetrio Korsi.
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En el campo del ensayo, lega Bermúdez una nutrida obra de escritos por fortuna recogidos por Samuel
Gutiérrez en tres tomos espléndidos ( Ricardo J. Bermúdez en la cultura
arquitectónica y literaria de Panamá ) publicados en 1996, donde brillan sus
textos sobre Arquitectura y Urbanismo a la par que figuran sus cerebrales
columnas periodísticas suscritas de 1965 a 1994. Esa prosa -lo confié en
breve reseña aparecida, en 1997, en el suplemento Epocas, del diario La
Prensa - es una de las mejores y más logradas del siglo veinte panameño.
Paradójicamente - son las contradicciones que ocurren aquí - aún la obra no
se ha agotado.
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Por lo que respecta al cuento, Bermúdez produjo Para rendir al
animal que ronda (1975), atinada reflexión en torno a las oprimentes
dictaduras. Dejó, además, una novela inédita según me precisó, en 1977, su
hijo, el Arquitecto Ricardo Bermúdez Dutari. Esa novela obtuvo un premio en
concurso celebrado en el Brasil. El occiso compuso, por cierto, otros relatos
desperdigados en revistas. A propósito de su original estilo arquitectónico
han escrito enjundiosamente unos especialistas como Samuel Gutiérrez, en su
preciosa Arquitectura panameña (1967) y en su Arquitectura actual de Panamá
(1980), y Erik Wolfschoon en las tersas páginas de Las manifestaciones
artísticas en Pa namá (1983). Si se inició construyendo edificios destinados
a albergar a familias de los sectores populares, en El Chorrillo y Calidonia,
a Bermúdez tocó la honra de diseñar los primeros pabellones de la Universidad
de Panamá, en El Cangrejo, barrio que ostenta aún moradas debidas a su
imaginación e intrepidez.
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Sobre la Universidad de Panamá, que tanto amó y
coadyuvó a edificar, y a la que se consagrara como catedrático y luego Decano
de la Facultad de Arquitectura, importa recalcar que Bermúdez hubiese sido
uno de sus más célebres rectores tras el fenecimiento de Octavio Méndez
Pereira (1954). Si bien ocupó el Ministerio de Educación en 1951, se palpa,
en el sesgo de su carrera, que el extinto prefería la dignidad universitaria
a los efímeros cargos ministeriales. ¡Cuán buen rector habría sido! ¡Cuánto
hubiera pugnado por cristalizar sus ideas en el Campus y en los centros
regionales! Desdichadamente, no estaba en su destino presidir el gobierno de
la Colina sino administrar con señorío la Facultad de Arquitectura, enseñar y
ejercer su maestrazgo colectivo a través de sublimes creaciones, de la
columna periodística y, luego, merced al providencial establecimiento de La
Prensa en 1980. Si comparáramos con Bermúdez a algunos de los rectores que se
sucedieron después de Méndez Pereira, los parangones favorecerían ampliamente
al arquitecto por su integridad, paciencia, cultura y ahínco. Perdieron,
pues, la república y la Casa de Méndez Pereira una ocasión de lujo de ver
regidos los claustros universitarios por una ilustración como la de
Bermúdez.
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En el plano político, Bermúdez adhirió al Frente Patriótico de la Juventud a
cuyo nombre fue Ministro de Educación en 1951 identificándose con las más
puras consignas defendidas por ese colectivo nacionalista inolvidable del
cual formaron parte ilustres unidades que estamparon su huella en la segunda
mitad del siglo veinte. El civilismo de aquella agrupación marcaría la senda
bermudiana convirtiéndole en uno de los más acérrimos críticos del régimen
castrense (1968-1989) y en uno de los impulsores más decididos del diario La
Prensa como vehículo de democratización.
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Como ocurriese con algunos
integrantes de su hornada, después de una primavera y de un verano frondosos,
lograron incidir durante sus otoños etarios, que fueron sabios y pletóricos
de actividades literarias y políticas. Si la poesía inauguró el trayecto de
Bermúdez, éste finalizó rindiendo culto a un ensayo de buida crítica política
y social, por dicha rescatado del olvido gracias a la devoción de Samuel
Gutiérrez. En esos ensayos periodísticos late, quizás, lo más auténtico del
legado bermudiano, el cual no se reduce a lo exclusivamente poético. Que las
nuevas generaciones aprendan a reconocer en Bermúdez a uno de nuestros
hombres más representativos del Panamá de la vigésima centuria - en la
Arquitectura, las letras y el humanismo - es el anhelo que inspiró a que
ensayáramos bosquejar los renglones precedentes, cargados de nostalgia y
pesar abisales por su física desaparición tan sentida en toda la
república.
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Tomado del Diario La Prensa
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