Oh laurel de cenizas que al fin llegas, por Ricardo J. Bermúdez |
Oh laurel de cenizas que al fin llegas
a la tranquila cumbre de tus hojas,
y en sitios de silencio te desnudas
libre de los ardores de la savia
para alcanzar la tierra sin edades.
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Reserva los perfiles del momento
que ocupabas un aire desnevado,
cuando era rey de abismos y altamiras,
adalid de calientes atanores
y pastor de guirnaldas parameras.
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Has colmado la miel de los arbustos,
los límites que el cierzo te permite...
Ahora la eternidad reclina suave
su frente a tus espesas soledades,
ya en ósea arquitectura terminada.
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Deja que piense en tí al recordarme
mirando tu cintura bajo un ciego
crepúsculo de oníricos carbones,
por alígeras nubes transparentes
donde jamás la luna se revela.
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Viviré para verte si mis ojos
guardan la dulce imagen de tu forma
y no esquivan los brillos al fundirme
en tus densos y verdes tornasoles,
como en los claros mundos destruidos.
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Aquí en los altos lirios de la música
que recorre mi sangre, te saludo
desde hoy para los días venideros
cuando seré tu riguroso amante
entre musgos de besos y violines.
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Sé que de tanto amor has de encontrarme,
nítida pertenencias de las frondas,
al final de tu búsqueda mi sueño.
¡Corre por tus raíces y mis venas,
arborizada linfa de la muerte!
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Juntos iremos por el río helado
que atraviesa los lares de la espina
a la mar... y en la mar incandescente,
clámide de los cambios sucesivos,
se cumplirán los esponsales délficos.
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¡Oh intermitente coro que realzas
la gloria de los fúnebres diamantes!
¡Cantad! Cantad a la adventicia hoguera
que consume el laurel, mientras declina
un sol inmenso en oros pensativos.
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Del Libro: Laurel de Cenizas (1952)
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