Ante los opresores de todas las banderas
el pueblo se prepara
y cualquier gota puede en un segundo,
como un volcán de sorda furia,
derramar el furor irresistible
que hace años su impavidez destruye.
La explosión llega
con su rugir de toros y jaguares,
de pechos y colmillos:
un geranio de pólvora que el incipiente prócer
en clandestinidad cultiva con persistencia y rabia.
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