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Te he mirado tan lejos de mis ojos
que el agua que te copia se secó.
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La fatiga erosiona las amarras
que me unen a tu voz y a tu reír,
los molinos de nuestras ansias truncas
pugnan por contener la soledad.
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Sobre el aire tus manos gravan signos
que aumentan el furor de mi inquietud.
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Por el cristal de mis poemas tuyos
transcurren negras aves otra vez,
las lejanías de mi voz sin torres
se arrastran como sombras tras de tí.
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Una fuerza me arroja hacia el vacío:
en mi incendio tu cuerpo sabe a sal.
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Todo se hunde en un fondo de espirales
bajo el reflujo inmóvil de mi ser,
anochece en las cuencas de mis manos
y un torrente de besos corre a tí.
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Se ilumina y se apaga en la memoria
el pañuelo de llamas de tu adiós.
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Del Libro: Poemas de Ausencia (1937)
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